Érase una vez una niña llamada Alicia. Alicia se encontraba un día sentada en el jardín de su hogar, tomando el fresco de la sombra bajo un árbol y charlando con su gatita Diana que, como suele ser costumbre en los gatos, no sabía hablar. Acariciándola suavemente, Alicia dijo:
- Si yo pudiese tener mi propio mundo, los animales y las floreas hablarían, y nada sería absurdo.
De este modo reflexionaba Alicia y por ello no se extrañó cuando un conejo blanco le pasó por delante. El conejo, sacando un reloj del bolsillo, miró la hora y echó a correr diciendo:
- ¡Es tarde! ¡Voy a llegar tarde!
- ¿A dónde va, señor Conejo?, preguntó Alicia.
El conejo, muy apurado, apenas respondió:
- ¡Es tarde! ¡Tengo prisa!
Corriendo, el conejo se adentró en un tronco de árbol hueco y desapareció. Entonces, Alicia sintió curiosidad por saber a dónde se dirigía el conejo. Aquello, sin duda, era realmente extraño: ¡un conejo que usaba reloj! Desde luego, Alicia nunca había visto algo así antes y, por ello quiso descubrir qué significaba. Miró por el agujero del árbol y, viendo que era grande, decidió seguir al conejo. Entró en el hueco y…
- ¡Ay! ¿Qué pasa?- Exclamó Alicia sorprendida.
Alicia comenzó a caer por un pozo muy raro, con las paredes revestidas de armarios con vajillas, libros, lámparas y jarrones de flores. Alicia caía y caía sin rumbo, y cuando ya se había acostumbrado a caer y pensaba que iba a salir por el otro lado de la Tierra, llegó al suelo. De pronto, se encontró en una sala en la cual había una puertecita por la que estaba saliendo el conejo, siempre diciendo que era tarde. Una vez cerrada por el conejo, Alicia intentó abrirla, cuando el picaporte protestó:
- ¡Ay! ¡Que me retuerces la nariz!
Alicia, sin apenas extrañarse más de lo que estaba, explicó al picaporte que quería pasar por la puerta. Como no cabía por ella, el picaporte le dijo que bebiese de un frasquito que había sobre una mesa. Alicia hizo caso al picaporte, ingirió aquel brebaje, y tras ello se hizo tan pequeña que no alcanzaba la llave. El picaporte, entonces, le mandó comer una galleta. Alicia hizo caso al picaporte y tras comerse aquella galleta creció y creció hasta hacerse enorme.
- ¡Ahora nunca podré pasar por la puerta!- Exclamó Alicia llorando tanto, que sus lágrimas formaron un inmenso riachuelo.
Alicia bebió de nuevo del frasquito para intentar volver a su forma, y se hizo entonces tan pequeña que cabía incluso por el ojo de la cerradura. Al otro lado, encontró unos cuantos animales nadando en sus lágrimas y tras el baño, se pusieron a bailar en corro alrededor de una roca para secarse. En medio de aquel corro de animalitos, Alicia volvió a ver al Conejo Blanco corriendo, mirando como siempre el reloj y diciendo que era tarde.
- ¿Qué haces aquí, Ana María? Ve a casa a buscar mis guantes y mi abanico- Ordenó el conejo a Alicia.
- Me llamo Alicia, no Ana María- Respondió la niña pensando que el conejo estaba rematadamente loco.
- ¡No me importa cómo te llames, Ana María!- Dijo el conejo- Ve a buscar lo que te he pedido y deprisa, o si no, llegaré tarde.
- Pero…, buscar, ¿dónde?- Preguntó Alicia.
- ¡En mi casa!- Respondió el conejo- Y corre que no puedo esperar.
El conejo salió corriendo en dirección a su casa para guiar a la joven Alicia. Alicia sin dudarlo corrió detrás de él hasta que le perdió de vista, quedándose sin saber qué camino debía seguir entonces. En aquel justo instante oyó una risotada. Alicia miró hacia arriba y vio a un gato que hacía muecas sobre la rama de un árbol, y decidida le preguntó hacia donde podía ir.
- Eso depende de adónde quieras llegar- Contestó el gato de Cheshire- Hacia la derecha, la casa del Sombrerero; hacia la izquierda, la de la Liebre. ¡Los dos están locos!
El gato soltó otra carcajada y desapareció. Poco rato después, sin embargo, su cabeza surgió en el aire y preguntó:
- ¿Vas a jugar hoy con la reina? Allí nos veremos.
Alicia continuó en su camino, y entre tanto encontró a la Liebre y al Sombrerero tomando té con el Lirón, que dormía en la tetera. Se encontraban celebrando el no-cumpleaños. Alicia cogió un pastel movida por la magia del instante, y cuando sopló la velita el pastel estornudó. Pero a Alicia no le gustó demasiado aquella broma y, ante su rostro, el Sombrerero dijo:
- Podemos limpiarte echando té.
Tras aquellas palabras, el Sombrerero quiso que Alicia adivinara por qué el cuervo era negro como una pizarra.
- ¡Estoy harta de su locura! ¡Me voy a casa!- Contestó Alicia dirigiéndose hacia el bosque.
Más adelante, una vez retomado de nuevo el camino, Alicia encontró a dos hombrecillos muy gordos y tan inmóviles que no parecían vivos. Se llamaban Ran Patachunta y Patachú. Alicia bailó con ellos y les preguntó por qué el cuervo era negro como una pizarra, pero no la contestaron manifestando que aquello era un secreto. Otra vez sola, Alicia decidió quedarse quieta en aquel mismo sitio un rato, cuando apareció el Gato de Cheshire Éste, se dirigió hacia el Grifo para que mostrara un camino a Alicia. El Grifo se aproximó diciendo:
- No irrites a la reina, porque si no…
El Grifo llevó a la niña al jardín de la reina, donde los jardineros se encontraban pintando de rojo las rosas. Alicia encontró aquello tan raro que preguntó:
- ¿Por qué pintan las rosas?
- Pues porque esto debía ser un rosal de rosas rojas, pero resulta que plantaron uno de rosas blancas por equivocación.
En aquel instante, sonaron clarines y apareció la Reina de Corazones. Delante del cortejo venía el Conejo Blanco.
- ¡Por eso tenía tanta prisa! Debía anunciar a la reina- Concluyó Alicia.
- ¿Quién eres tú, que no eres de corazones?- Dijo la reina a la niña.
- Me llamo Alicia y estoy tratando de encontrar el camino de vuelta a mi casa- Respondió.
- Aquí todos los caminos son míos- Dijo la reina- Aquí todos somos de corazones. Y si tú no eres de corazones, ni de oros, ni de espadas, ni de copas… ¡te juzgaremos como intrusa!
El conejo acusó a Alicia de hacer perder la paciencia a la reina y llamó a la Liebre loca y al Lirón como testigos para el enjuiciamiento de Alicia. Y cuando el Gato de Cheshire apareció de nuevo por allí, todos echaron a correr de miedo.
- ¡No les tengo miedo! ¡No son más que un puñado de naipes! Me voy a casa antes de que se haga tarde- Exclamó Alicia.
Y en aquel momento, Alicia oyó el maullido de Diana.
Se había despertado y se encontraba de nuevo en el jardín de su casa bajo la sombra del árbol.
- ¡Qué sueño más extraño!- Se dijo, desperezándose.